Historia de Las Ermitas de Córdoba

Origen de Las Ermitas

El origen de los ermitaños en la sierra de Córdoba lo sitúa una tradición muy arraigada entre diversos escritores, a finales del siglo III o principios del IV.

Es creencia muy extendida que este género de vida fue “importado” por el Obispo cordobés Osio, que en su juventud marchó a Egipto donde conoció a San Antonio Abad y los primeros ermitaños que comenzaban a poblar el desierto.

Cuando a los 40 años de edad fue sacado de su retiro en el año 296 para ser consagrado Obispo de Córdoba y volvió a su ciudad, empezó a divulgar el género de vida que en los desiertos de la Tebaida y de Nitria llevaban algunos cristianos deseosos de vida más perfecta, que se habían retirado allí huyendo de la persecución romana, y que era desconocido en Occidente.

Podemos considerar, pues, a Córdoba como la cuna de España – e incluso de Europa – de la vida eremítica. Bien es verdad que hasta tiempos de San Eulogio de Córdoba, en el siglo IX, no se cita el hecho de que muchos cordobeses, huyendo de la persecución sarracena, se recluían en la sierra cordobesa llevando una vida de anacoreta. Nadie hasta entonces se había preocupado de escribir y conservar nada sobre la vida de aquellos hombres.

Los primeros ermitaños se extendieron por las faldas de la sierra, desde Hornachuelos hasta la ermita de Linares, pasando por la Arruzafa y la Albaida, viviendo en cuevas naturales o en chozas que ellos mismos fabricaban. El más antiguo documento escrito de la existencia de los eremitas es una escritura otorgada el 8 de Septiembre de 1400, en medio pliego de pergamino, conservada en el archivo de la Catedral cordobesa, otorgada por el escribano público de la ciudad Pedro Acfor y Yaque Rodríguez, en la que consta que “… Diego, pobre Ermitaño, que so en la ermita que es cerca de la Arruzafa, vende unas casas en la collación de San Pedro…”.

A partir de ese año, ya empiezan a conservarse noticias sobre los ermitaños (Fray Vasco de Souza, Rodrigo el Lógico, Martín Gómez, Fernando de Rueda, Mateo de la Fuente, Gaspar de los Reyes, Damián de Lara). Y sobre todo la vida del Hno. Martín de Cristo, muerto el 23 de Diciembre de 1577, y escrita y publicada en 1620 por el presbítero que convivió un tiempo con él, Juan de Undiano.

Ya en 1583 el entonces Obispo de Córdoba, D. Antonio de Pazos y Figueroa, deseoso de mejorar la situación de los ermitaños y ponerlos bajo su protección, los cita en el monasterio de San Francisco de la Arruzafa y les da unas sencillas y escuetas normas sobre comportamiento. Más tarde, en 1594, el Obispo D. Pedro Portocarrero les entrega unas Constituciones de cinco artículos para que se rijan por ellas, todavía cada uno en su ermita o choza.

figura 1

figura 2

Constitución de la congregación

No es hasta 1613 que el Obispo Fray Diego de Mardones, (fig.1) siguiendo las directrices del Concilio de Trento, los reunió constituyéndolos en Congregación de San Pablo primer ermitaño y San Antonio Abad, nombró un Hno. Mayor que fue Francisco de Santa Ana, y les dio unas Constituciones de 22 artículos. (fig. 2)

Construcción de las Ermitas

El año 1703, a instancias del Hno. Francisco de Jesús ante el Ayuntamiento de Córdoba, éste les concede la posesión de la cumbre del Cerro de la Cárcel, terreno baldío y realengo, para que allí se trasladen todos los ermitaños hasta entonces dispersos por las faldas de la sierra.

Es el año de la fundación de Las Ermitas en su actual emplazamiento. En seis años, se construye la iglesia, las trece ermitas y la cerca del Desierto que se llamó desde entonces de Nuestra Señora de Belén.

Y allí permanecieron ininterrumpidamente durante 254 años (salvo los nueve que duró la Desamortización de Mendizábal, de 1836 a 1845), y hasta 1957, año en que la Congregación se extinguió por – entre otras causas – falta de vocaciones, uniéndose a la Orden de Carmelitas Descalzos a través de uno de los cinco ermitaños que quedaban, el Venerable Hno. Juan Vicente de la Madre de Dios.

En esos 254 años muchos fueron los hombres que se santificaron en esa cumbre llevando una vida de silencio, soledad, oración, austeridad y penitencia. Muchas de sus vidas se conservan en el archivo eremítico. Para no ser exhaustivos sólo citaremos dos de ellos: el Hno. Juan de Dios de San Antonino, que fue Marqués de Santaella y Villaverde, y el Hno. Pedro de Cristo que tanto luchó en los años de la Desamortización para que el Gobierno les devolviera su amado Desierto.

Actualidad

Hoy, este Desierto de Nuestra Señora de Belén, restaurado por la Asociación de Amigos de las Ermitas que lo miman con todo cariño, ha vuelto a recobrar las edificaciones de sus “casitas blancas como palomas” para que las personas que lo deseen puedan practicar y vivir durante unos días de retiro el género de vida de los antiguos ermitaños en el marco de una naturaleza única, rodeados de ese silencio y soledad que necesitamos y echamos de menos, tanto en una ermita como en la hospedería que allí existe.

Ven a visitarlas. Siempre te llevarás, como mínimo, algo más de paz en tu corazón.